Todo lo que se escriba se quedará corto, todo lo que se narre, se quedará incompleto. Nada de lo que se diga estará al nivel de lo que se vivió, de lo que se sintió. Todas las emociones que puede experimentar un ser humano las experimentaron nuestros locos. Y varias veces. Y no es la primera vez.
Lo de hoy lo contarán unos albacetistas a otros, aficionados a no seguidores, albacetistas a otros aficionados. La historia se irá moldeando según cómo se recuerde cada acción pero en las infinitas charlas algo siempre se mantendrá constante: el Alba es una locura.
Aunque el inicio fue para tirarse de los pelos. Porque para remontar un 3-0, primeramente tienes que recibir tres goles. Y el cuadro manchego los sufrió en menos de cuarenta minutos tras salir impreciso y a ratos superado. Y desde el minuto 10, por detrás en el marcador. Dubasin, ex del Alba, cazó un rechace en el área pequeña para inaugurar el marcador. Ese tanto actuó de acicate para el cuadro local y de losa para el visitante. El Real Sporting siguió dominando, controlando la posesión y la situación. Fruto de ello, Gelabert dobló la ventaja asturiana a la media hora de partido tras controlar la bola en el área, moverse con solvencia sobre la misma y disparar raso a la derecha de Lizoain.
La tarde pintaba gris y se oscureció en el minuto 37 con el gol de Gaspar. Película de terror antes de comer perdices al final. El primer acto se prolongó hasta catorce minutos. Y justo en la mitad de la prolongación, se reinició todo. Meléndez la puso al núcleo del área gijonesa y Puertas cabeceó a la red. Un gol contrarreloj para poner el partido en alarma.
La segunda mitad transcurrió durante su primer tramo sin mucho artificio, nada podría anunciar lo que luego iba a ocurrir. Jefté rozó el gol al mismo pitido inicial y el Albacete intentaba resituarse a la espera de ver algo de luz para al menos sumar. Y vaya si sumó.
Ya en el minuto 70, Agus Medina, de profesión goleador, acortó distancias con un buen golpeo al primer toque tras centro lateral. Gol excepcional número 5, que decían en el FIFA hace años, de Don Agustín.
El Albacete quería creer y se iba cargando de razones para hacerlo. Llegaba, se adueñaba al fin de la situación y veía cada pase, cada acercamiento, más claro cada vez. Y ante tanta claridad, un rayo brillante. En el 88, Jon Morcillo, alias Morci, agarró la bola en banda, se vino al centro, oteó la meta y se sacó un disparo cruzado que se incrustó en la escuadra. Empate y la demostración palpable de que todo era posible, así que se podría ir a por lo que parecía imposible.
Y eso era un triunfo que empezó en la prolongación de la primera parte y se culminó en el descuento de la segunda mitad. Lorenzo fue derribado, el árbitro lo comprobó en el VAR, señaló penalti y Morci, cómo no, lo ejecutó de forma brillante.
Y así es como los albacetistas pasaron su domingo. Un día inolvidable.










































