
Para irte a casa con sabor agridulce tras empezar perdiendo 0-2 hay que montárselo o muy bien, o rematadamente mal. Pero lo que es seguro es que hay que montarla hasta casi remontarla.
Un partido emocionante protagonizado por un equipo basado en emocionar y atacar, sin tregua ni descanso. Un nivel de intensidad que en el inicio de la noche al Alba le cogió a contrapié. Tanto que el Amorebieta le punteó dos veces. En el minuto 4, tras una acción compleja en el área, y poco después con un golpeo desde dentro del área.
Dos jarros de agua fría que le refrescaron las ideas al equipo, tan necesarias con este calor. Los ataques fueron más ordenados, las circulaciones de bola mejor encauzadas y las llegadas más peligrosas. Así, tras varias ocasiones, Manu Fuster recortó distancias a escasos momentos del descanso.
Con cambios en el intermedio, el Alba salió con energías renovadas y la convicción intacta, como ante el RCD Espanyol. Misma ambición, mismo final. Y ese no fue otro que el gol el empate en los pies de Quiles. El atacante onubense se marcó una extraordinaria jugada, salvando cada acometida de la defensa rival, para finalizar con tino. Dos partidos, dos goles que significan puntos.
De ahí al final pasó de todo, pudo pasar más, pero no cambió nada. El partido se convirtió en un correcalles, una bendita locura para el espectador imparcial pero con momentos solo aptos para locos de atar. El Alba rozó el gol en multitud de ocasiones. Fuster, Bolivar, Isaac, Shashoua, Riki… son algunos nombres de jugadores que miraron a la meta rival sin suerte. También lo hizo el cuadro vasco, que también llegaron a los dominios de Bernabé.
Hasta el propio tiempo de prolongación, como el domingo pasado, lo intentó un equipo que no conoce la palabra imposible.
















