Las crónicas estaban escritas en el minuto 90. Seguían un patrón parecido, pero cambió el final de cada párrafo. Y eso lo logró con un flechazo Alberto Quiles. En su primera aparición oficial en el Belmonte. En tiempo de prolongación. Amor a primera vista. Amor de verano: rápido, intenso, inolvidable. Pero un romance anunciado entre Quiles y el Alba, que llevaban tiempo poniéndose ojitos.
Antes del minuto 90 estaba ya negro sobre blanco un nuevo partido corajudo del Alba. Un equipo en el que todo ha cambiado con la única finalidad de ser lo de siempre. Empuje, alma, pasión y búsqueda sin descanso del arco rival.
Y eso que el arco rival pertenecía al RCD Espanyol, un club de primera que se estreno en la categoría de plata saliendo a por todas y probando a la zaga manchega, que respondió con nota, tanto los defensores como Bernabé, como, en alguna aparición estelar, el larguero.
El Alba se fue soltando la presión y soltándose sobre el verde. Gracias a eso, llegó, provocando ‘uys’, con grandes llegadas y penaltis a favor y también ‘ays’ con intervenciones del arquero perico que evitaron que los dos penaltis a nuestro favor se convirtieran en gol. Entre cada pena máxima, como una acotación, Calero adelantó al Espanyol tras culminar un centro lateral.
En la segunda parte, más de once mil en las gradas y once en el tapete se aunaron para ponerse a mil revoluciones. El equipo se mostraba más profundo, haciéndose fuerte en el medio y dejándose ver por las bandas. Generando ocasiones y trenzando jugadas. Llegando y creando fútbol vistoso, para que ni una sola persona que haya cancelado sus vacaciones para ver al Alba se arrepintiera ni un instante.
Eso se logró, al ambiente en el estadio, nos remitimos, y de paso también el empate. Quiles, en el epílogo del partido, escribió el prólogo de su historia con el Alba. Y, a su vez, obligó a reescribir las crónicas. Y se hizo con gusto.